Sincretismo en tradición de color: Día de Muertos en México
Por Natalia Ayerim Baltazar Flores
Fotografía: Especial
Con la llegada del mes de noviembre, llega también el momento en el que podemos conectar, recordar y apreciar a los seres queridos que alguna vez nos acompañaron en la Tierra. A pesar de ya no contar más con su presencia física, el motivo para celebrar el Día de Muertos va más allá de acercarnos en espíritu y corazón con ellos: es preservar el recuerdo de lo que algún día fueron.
No obstante, esta fecha tiene un impacto y un alcance que no muchas personas conocemos, es por ello que en Gaceta UAEH decidimos consultar al doctor Sergio Sánchez Vázquez, profesor investigador de tiempo completo en el Área Académica de Historia y Antropología, perteneciente al Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades (ICSHu), de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, quien nos habló respecto a lo que implica el Día de Muertos, siendo una tradición que, a su vez, ha ido modificándose con el tiempo a causa del sincretismo.
Orígenes prehispánicos
“El Día de Muertos es una celebración tradicional que tiene orígenes prehispánicos. Desde esa época ya se hacía un culto a los muertos y de hecho se pensaba que estos tenían destinos distintos de acuerdo al tipo de muerte que habían sufrido”, declaró el académico.
Un ejemplo de esto último es que quienes morían por alguna enfermedad relacionada con el agua (a causa de un ahogamiento, o por enfermedades provocadas por la acumulación anormal de líquido), llegaban al Tlalocan, es decir, a un lugar de esparcimiento donde había abundancia de todo —incluso es conocido como el paraíso acuático de Tlaloc (dios mexica de la lluvia) —, el cual, por cierto, está ilustrado en los murales de Tepantitla, en Teotihuacán.
Por otra parte, quienes morían en la guerra, en actividad bélica (considerada en ese entonces una de las muertes más honrosas), se convertían en colibríes y acompañaban al sol desde su nacimiento hasta el cenit; esto lo hacían durante cuatro años. Asimismo, las mujeres que morían en labor de parto se consideraban guerreras y también se convertían en colibríes o mariposas que acompañaban al sol desde el cenit hasta la puesta de sol.
Ya pasados cuatro años, los espíritus iban a dar al Mictlán, donde estaban todos los muertos por muerte natural. “Se supone que era un lugar que estaba nueve pisos abajo de la Tierra, se tenía que transitar por nueve niveles para llegar al lugar de descanso, que era el Mictlán”, puntualizó el doctor Sánchez.
Había otro tipo de muertes, por ejemplo la de los niños que no habían comido maíz o que aún no habían sido destetados. Cuando ellos morían, se iban hacia un lugar llamado Chichihuacuauhco, que quiere decir “el lugar del árbol de pechos”, en donde los pequeños difuntos eran alimentados con leche materna que salía del árbol, hasta que volvían a nacer.
Rituales
Sergio Sánchez Vázquez, profesor investigador de tiempo completo en el Área Académica de Historia y Antropología.
Todas estas ideas daban lugar a una serie de actividades rituales en torno a la muerte, una de las principales es la ofrenda, en la que se acostumbraba a enterrar a los muertos con todo aquello que iban a necesitar durante su estancia en el “Más allá”, ya fueran alimentos, líquidos, juguetes, entre otros.
Cabe destacar que la idea de ofrendar es netamente mesoamericana, nace con el propósito de acompañar a los muertos y aprovisionarles con todo lo que requerían para su vida fuera de la Tierra.
Igualmente, se suponía que los muertos tenían que transitar por un camino oscuro que debían transitar por un lugar de frío cortante, donde corrían el peligro de que su corazón fuera devorado por las fieras, hasta llegar al lugar inferior, al noveno nivel, en donde tenían que atravesar un río.
Para ello debían pagar con una cuenta de jade que normalmente se la ponía en la boca antes de morir, además de contar con la ayuda de un canino, por ello, muchas veces a la hora de morir les ofrendaban junto con un perro para que les acompañara en el más allá y les ayudara a cruzar el río llamado Chiconahuapan.
Unión de creencias
Las ideas y actividades continuaron posterior a La Conquista, pues la gente seguía celebrando a sus muertos. Tenían dos fiestas principales en el calendario ritual mesoamericano: la primera se llamaba “Miccailhuitontli” (que quiere decir “la fiesta de los muertos”) y la otra “Huey miccailhuitl” (que significa “la gran fiesta de los muertos”). Estas se celebraban entre los meses de agosto y septiembre, los cuales coincidían con la obtención de la cosecha de maíz y se llegaba a los meses de octubre ya habiendo recogido los frutos de la cosecha; inclusive se tenía la idea de que los productos de la cosecha ya convertidos en alimentos, particularmente los originarios del maíz, se debían compartir tanto con los vivos como con los muertos.
Con la llegada de los españoles, fueron estos quienes se dieron cuenta de que los indígenas tenían unas costumbres y tradiciones muy arraigadas. Tomando en cuenta esto, lo que hicieron los religiosos de aquella época fue tratar de asimilar las costumbres de los indígenas a las celebraciones católicas (de España).
Es así que dieron con la celebración del Día de Todos los Santos (sancta sanctórum en latín), la cual se podía relacionar con el Día de Muertos de los indígenas. Esta fue trasladada a finales del mes de octubre y principios de noviembre, o como hoy lo celebramos, desde el 31 de octubre hasta el 2 de noviembre, lo que da lugar al Día de Muertos o Día de los difuntos.
El experto académico Sergio Sánchez señaló que fue así que se dio el sincretismo: incorporando la religión católica —traída por los españoles— a una celebración simbólica, es decir, al Día de Muertos. “Tratar de asimilar la tradicional fiesta de los muertos a una celebración católica bajo los lineamientos católicos, incorporando las ceras (veladoras en las ofrendas) y los retratos en cuadro de los muertos (santos), es la mayor expresión del sincretismo”, acentuó.
Una gran fiesta mexicana
“Esta tradición es una de nuestras fiestas más importantes y de mayor relevancia, justo porque es una fiesta que nos da identidad como mexicanos a nivel global”, señaló el investigador de ICSHu. Refirió que el Día de Muertos se celebra prácticamente en todos lados a nivel nacional, con extraordinarias variantes regionales: no es la misma celebración en la Huasteca que en Michoacán, ni mucho menos en San Andrés Mixquic o en cualquier rincón de la República Mexicana.
Realmente es tan relevante que ha sido incluida como parte del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura). Además de darle identidad a todos los mexicanos, genera unidad cultural en México, al igual que presencia a nivel internacional: “si hay algo que conocen en el mundo sobre México es el Día de Muertos”, enunció el entrevistado.
Las ofrendas
En cuanto a las ofrendas, es distinta la manera en la que se incorporan los elementos a estas: para los niños se colocan dulces, juguetes, postres; mientras que a los adultos se les ofrece comida típica como mole, tamales, enchiladas y alcohol, ya sea vino, pulque o cerveza.
Lo que ambas comparten son, por ejemplo, la fruta, las veladoras, la sal, el agua, el copal, el pan (en muchos pueblos lo preparan exclusivamente para los difuntos) y tampoco pueden faltar los retratos con la imagen de la persona difunta, pues la ofrenda se está dedicada a ella y es esencial.
El académico explicó que el Día de Muertos nació de un sincretismo entre la tradición indígena mesoamericana y la tradición europea católica durante la época colonial: “Desde la época colonial hasta la actualidad ese sincretismo es un proceso que no se ha detenido. Mucha gente cree que las tradiciones permanecen inamovibles en el tiempo y esa es una idea equivocada, pues las tradiciones persisten en el tiempo justamente porque tienen la capacidad de adaptarse a las condiciones históricas de cada momento y de ir incorporando elementos sin perder su esencia original”.
Por ejemplo, antes se ofrendaba en los altares pulque, atole, agua; hoy en día se ofrece refresco, cerveza o vino, sin embargo, eso no cambia la esencia de la celebración, al contrario, incorpora elementos más recientes que se articulan de manera lógica y coherente dentro de la cosmovisión de los individuos que están acostumbrados a celebrar estas tradiciones.
¿Halloween o Día de Muertos?
Por supuesto que hay muchas regiones donde la esencia norteamericana está resultando determinante y la tradición del Halloween tiene mucho impacto, especialmente entre las generaciones jóvenes, esto porque es una fiesta donde hay disfraces, baile y maquillaje, lo que la hace completamente diferente al tradicional Día de Muertos. “La idea de la calabaza, de las brujas, de los disfraces de diablos son ideas muy recientes, pero eso no sustituye la tradición del Día de Muertos, es algo que ha tenido mucha influencia cultural en México, pero de ninguna manera está impactando en la pérdida de costumbres y tradiciones a nivel nacional”, profundizó el historiador.
“Yo creo que hay otros factores que influyen más en la transformación y en el impacto: uno de ellos es el económico. Este interviene de manera determinante porque mientras más deteriorada está la economía, menos podemos comprar flores, fruta, veladoras.... la gente lo piensa dos veces antes de montar un altar de muertos”, reveló el mismo.
La cuestión cultural permanece, puesto que hay gente en comunidades indígenas y rurales que con un pequeño ramo de flores, una veladora y un vaso de agua hacen un altar, “lo importante es ofrendar a las ánimas que nos visitan cada año para venir a disfrutar de los bienes terrenales que disfrutamos los vivos aquí en la Tierra”, aseguró.
El académico finalizó al decir que es significativo que a nivel familiar se les transmita a las infancias el gusto por estas tradiciones, resaltando que no está peleada con Halloween, sobre todo porque esta última es muy llamativa para las generaciones jóvenes. Mencionó que es importante que las y los infantes sigan respetando esta idea de que los muertos vienen, nos visitan y que nosotros debemos de recordarles y ofrendarles: “lo maravilloso de esta tradición no solo es compartir con los muertos, también con los vivos, convivir en familia”.