Finalistas del concurso “Cuentos Panteoneros 2024”
Fotografía: Freepik
Prepárense para sumergirse en las fascinantes y tenebrosas historias que reflejan la imaginación y el espíritu creativo de nuestra comunidad. A continuación, leerán los cuentos finalistas del concurso “Cuentos Panteoneros 2024”, organizado por la Dirección de Comunicación Social, con el objetivo de promover las tradiciones mexicanas y el talento de la comunidad estudiantil, el personal administrativo, así como de las egresadas y egresados.
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El cuadro prohibido
Nadie recuerda su nombre. Tal vez sea por respeto o porque algunos prefieren olvidar. Era un estudiante como cualquiera, de esos que se pierden en los pasillos del Instituto de Artes; pero su obsesión lo separó del resto. A finales de octubre, en pleno ambiente del Día de Muertos, decidió encerrarse en el taller de pintura. Tenía una idea fija: quería representar a Mictecacihuatl, la Señora de la Muerte. Algunos dicen que lo vieron trabajar hasta tarde, concentrado, como si algo más allá de la simple inspiración lo guiara.
Aquella tarde-noche, la temperatura en el taller cayó en picada. Las ventanas se empañaron desde adentro, como si un frío antinatural se hubiera apoderado del espacio. La luz titilante de los focos apenas iluminaba; una vibra inusual llenaba el aire, densa y extraña, como si hubiese un vacío que promovía una presencia inexistente. Algo no estaba bien, y los pocos que aún quedaban en el edificio lo sintieron. Si realmente hubo murmullos o si todo fue producto de la sugestión, nunca lo sabremos. La inquietante sensación de ser observados creció, dejando a todos preguntándose: ¿lo que acechaba en la oscuridad era real o solo un eco de nuestra propia ansiedad?
A la mañana siguiente, los guardias hallaron un cuadro inacabado, desolador, grotesco. Ningún maestro o alumno, por respeto o miedo, se atrevió a reutilizar el lienzo. En lugar de destruirlo, decidieron esconderlo en algún lugar del Instituto. A lo largo de los años, han circulado rumores sobre su ubicación, susurrados entre pasillos vacíos y estudiantes curiosos. Pero es mejor no saber dónde está, dicen los más cautos. Algunos aseguran que hay cosas que es mejor dejar en el olvido. No vale la pena cuestionar lo que podría surgir al intentar completar esa pintura...
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Ek Balam
El aromático olor a copal hace que recobre la conciencia. De reojo, con las pocas fuerzas que me quedan, miro el profundo agujero que me dejó ese último zarpazo. Del agujero brota un hilo de sangre, y el jaguar de obsidiana negra, que desde hace dos días se ha transformado en una bestia, lame el líquido vital.
Mi desgracia comenzó en el Edificio Central de la UAEH, mientras recorría la exposición Umbral a Mictlán, a la que nos había enviado el de multicultural; lo que se tiene hacer por un punto extra. Fue cuando vi la figurilla de Ek Balam (jaguar negro) y, de inmediato, sentí una conexión mágica con ella, tanto que decidí llevármela.
Estaba oscuro cuando salí del edificio. Corrí hasta el cuarto de azotea que rento en esa casona desocupada. Sofocado, me tumbé en el catre a contemplar al jaguar; quería subir unas fotos de él al Instagram, pero en la huida perdí el celular. Aunque el frío del jade penetró en cada hueso de mi mano, seguí mirando la figurilla hasta quedarme dormido.
El ardor en el brazo me despertó; pero lo que realmente me puso alerta fue la mancha de sangre en la almohada.
—¡Ora! Qué chingaos... —iba a levantarme; pero la pesada garra sobre mis piernas me lo impidió. Desde ese día, me convertí en el alimento del jaguar. No podía ni pestañear porque, de inmediato, esa bestia negra gruñía, mostrándome sus enormes colmillos afilados antes de encajármelos.
El jaguar le da otro lengüetazo a la herida de mi panza, y yo me resigno. La inscripción de aquella placa, debajo del jaguar de jade, era muy clara:
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La cura maldita
Jonathan, un joven doctor, había estado inquieto durante meses por la salud de Edwina, su amada, una estudiante de química. Su aspecto era inquietante: una palidez espectral, su constante frialdad asemejaba la de un cadáver y su extraña aversión hacia el sol lo mantenía intranquilo. Sin embargo, ella insistía en que estaba trabajando en una solución para aquel malestar sin cura en la Unidad Central de Laboratorios, en el ICBI.
Una noche, mientras Edwina dormía, Jonathan, desesperado, se aventuró a investigar. Como médico, sentía que podría encontrar alguna pista en su laboratorio. Al revisar sus notas, su corazón se detuvo un instante, pues no halló recetas médicas, sino estudios avanzados sobre la sangre. Al fondo del laboratorio, descubrió frascos que contenían un líquido rojo oscuro: ¡sangre humana! El horror se apoderó de él. Edwina no estaba enferma; era una Tlahuelpuchi, una mujer vampiro.
Cuando giró su mirada, la vio en la entrada. Un escalofrío recorrió su cuerpo; pero, con un atisbo de valentía, la confrontó respecto a lo encontrado. Edwina no lo negó. En su lugar, lo miró con una serenidad inquietante.
—Todo lo que hice fue por nosotros, Jonathan —susurró, acercándose dócilmente, extendiendo su mano pálida hacia él con una ternura engañosa.
Él, paralizado, la escuchó mientras revelaba la verdad de su investigación.
—Una cura para mi sed de sangre.
Él pensó en huir; pero fue demasiado tarde. Sintió un horror indescriptible al verse envuelto en una neblina sofocante, cayendo de bruces y sintiendo cómo su cuerpo se transformaba. Edwina se erguía soberbia sobre él, con una sonrisa malévola.
—Ahora estamos juntos en esto… querido —susurró con dulzura—. No podía esperar una cura dependiente de un experimento que quizás nunca funcionará. Además, imagino que tu trabajo en la clínica de maternidad nos traerá muchas ventajas.
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El velador del ICSHu y el Tzitzimime
Mi trabajo consistía en cuidar el edificio ICSo (ahora ICSHu) en Ciudad Universitaria durante las noches. Quisiera compartir lo que viví allí. Una noche, llegué, hice mi ronda y todo estaba en orden. Como hacía frío, abrí un salón del primer piso y me quedé adentro. Poco después, escuché un fuerte ruido proveniente del piso de arriba. Salí a revisar y encontré las butacas del último salón desordenadas. Aunque me pareció extraño, las acomodé de nuevo. Al regresar, sentí una presencia detrás de mí. Al voltear, vi una criatura horripilante, con el rostro descarnado y ojos rojos. Era algo indescriptible.
El terror me paralizó. Me encerré en el salón mientras empezaba a escuchar sonidos espantosos. Recé y, tras un rato, los ruidos cesaron. Decidí armarme de valor y salí. Subí las escaleras y me dirigí al salón; pero al entrar, la puerta se cerró de golpe. Sobresaltado, volteé y allí estaba la criatura, hablándome en náhuatl. Corrí de regreso al salón del primer piso, temblando y sudando frío. Solo quería escapar. Mientras rezaba, los ruidos continuaban. Sentía que algo venía por mí; pero de repente, todo se calmó. No podía moverme. El miedo que sentí era indescriptible, y no se lo deseo a nadie. Me quedé allí hasta que llegaron los primeros alumnos y maestros.
Le conté lo sucedido a un maestro amigo, quien me explicó que era un demonio nocturno llamado Tzitzimime. Al parecer, cinco alumnas de derecho habían jugado con la ouija y lo habían invocado; aterrorizadas, huyeron, dejando al demonio atrapado al no poder llevarse las almas de quienes lo conjuraron.
Años después, el instituto se mudó; pero yo seguí como velador del edificio hasta mi jubilación. Aunque a veces escuchaba ruidos extraños, nunca volví a ver a la criatura. Nunca terminas de acostumbrarte a tener compañía.
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Aluxe en la oscuridad
Una tarde tormentosa en ICBI, Nat y sus amigos estudiaban en el edificio B. El viento golpeaba las ventanas y las luces parpadeaban, creando un ambiente inquietante.
—¿Han oído hablar de los aluxes? —preguntó Nat en voz baja, rompiendo el silencio.
—¿Qué son? —preguntó Max, tratando de sonar despreocupado, aunque la mirada de Nat lo puso nervioso.
—Son pequeños guardianes de la naturaleza. Si te metes con ellos, te castigan de maneras inimaginables. Dicen que rondan lugares antiguos. Y este campus…
Un aire helado recorrió la sala. Las luces parpadearon de nuevo, y el viento soplaba más fuerte, como si algo quisiera entrar. Intrigada, Nat salió al pasillo. Estaba desierto, salvo por el eco de sus pasos. De repente, notó pequeñas huellas de tierra, diminutas, como las de un niño; pero deformes. Algo en ellas no estaba bien. Siguiéndolas, llegó a una puerta entreabierta. El aula al otro lado estaba sumida en sombras. Con el corazón acelerado, empujó la puerta.
—¿Hola? —susurró.
Una risa infantil, fría y escalofriante, respondió desde la oscuridad. Nat encendió la linterna de su celular y enfocó hacia un rincón. Allí, una pequeña figura la miraba. Su piel era seca y sus ojos, dos pozos negros llenos de maldad. Nat intentó retroceder, pero algo invisible la inmovilizó y la arrastró hacia la oscuridad. Preocupados, sus amigos la buscaron. Llegaron al aula cerrada y oyeron algo arrastrándose. Al abrirla, solo encontraron el celular de Nat en el suelo, grabando.
En el video, una figura oscura con ojos negros sonreía antes de que la pantalla se apagara abruptamente. Nat desapareció. Desde entonces, los vigilantes escuchan risas y encuentran pequeñas huellas de barro, como si algo se moviera en las sombras… sin querer ser encontrado.
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Plumas negras, garras sangrientas. Ecos de la creatura alada
El ICSHu se alzaba solitario en medio del cerro, rodeado de una naturaleza hostil. Las lagartijas y ardillas se movían inquietas, como si supieran algo que los humanos ignoraban. Entre los rumores de pasillo, uno resaltaba más: la llegada de un nuevo profesor de didáctica. Nadie sabía mucho sobre él, salvo su nombre, el maestro Vargas, un hombre mayor con presencia oscura e imponente.
Javier, el coordinador, observaba con recelo. Había algo inquietante en el nuevo docente, tanto que hacía que la emblemática Garza de la UAEH revoloteaba con inquietud cuando él pasaba. Los estudiantes parecían evitarlo, y en su clase, el silencio era palpable, como si los alumnos hubieran sido atrapados en una red de temor invisible.
Un día, Javier vio a uno de sus alumnos salir en dirección al jardín, este alumno, como muchos otros, había cambiado desde que dicho maestro llegó; hablaba menos, y se había vuelto casi espectral. Javier al asomarse en la ventana, vio al alumno caminar lentamente, casi como hipnotizado. De repente, un aleteo pesado resonó en el aire.
Un enorme cuervo se alzó en vuelo, en medio de la luz agonizante del atardecer. Algo en su vuelo era ominoso, y lo más desconcertante fue que el alumno ya no estaba. Javier corrió con fuerza y la garza lo siguió en silencio, su sombra blanca apenas visible en la penumbra. Llegó al jardín, pero no encontró ni rastro del estudiante ni del cuervo. Lo único que quedó fue el eco del aleteo en su mente.
Por la mañana, el horror sacudió al instituto. El cuerpo del estudiante fue hallado en el techo, sin ojos y con el cráneo picoteado. Javier, conteniendo su ira y desesperación, comenzó a conectar las piezas. Cada desaparición coincidía con los días en que el maestro Vargas había impartido clase.
El cuervo. El maestro. El nahual…
Javier comprendió que Vargas no era un simple maestro. Había venido por algo más, algo que implicaba la vida de los estudiantes. El coordinador sabía que debía detenerlo, pero… ¿cómo enfrentarse a una criatura capaz de devorar almas bajo la forma de un cuervo?
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El archivo de las sombras
En el antiguo edificio que albergaba el archivo histórico de la Universidad, venerado por muchos y temido por más, se resguardan en el corazón de sus bóvedas documentos secretos de una logia, textos que hablan de rituales y poderes oscuros.
Tiempo después de la llegada de estos documentos, los vigilantes comenzaron a relatar sucesos extraños: "El primer mes, escuchamos susurros en la bóveda", contó un vigilante llamado David. "Eran palabras en lenguas que no comprendo, como si los propios documentos estuvieran llamando a la oscuridad. Al principio, pensé que era mi imaginación; pero luego vi sombras entre las estanterías. Se me eriza la piel al recordar".
David también relata: "En los jardines he visto un perro negro de ojos rojos y penetrantes. Pensamos que es un Nahual. Se dice que es un espíritu guardián; pero también un presagio de calamidad. Cada vez que lo veo, siento que algo terrible se aproxima".
A medida que las noches se volvieron más inquietantes, las visiones se intensificaron. El joven vigía expresó: "Cada luna llena, los murmullos de los entes ligados a la logia emergen de la penumbra. Son noches en las que no dejo de rezar".
Sin embargo, en la luna llena de octubre, David cuenta: "Los espíritus intentaron escapar del edificio. Pero el perro negro se lanzó contra ellos, aullando con un sonido desgarrador. Las sombras retrocedieron, como si temieran su presencia".
Desde aquella noche, el antiguo edificio del archivo histórico nunca volvió a ser el mismo. Los documentos embrujados permanecen en la bóveda, y aunque el lugar sigue siendo un centro de conocimiento, los vigilantes y cuidadores siempre sienten la inquietante presencia del Nahual.
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Llorona
En el año 2000, en la Preparatoria Número 1, un grupo de estudiantes organizó una pijamada prohibida en las instalaciones. Los participantes fueron Damián, Natalie, Kalei, Samantha y Fernanda. Se pusieron de acuerdo para reunirse un viernes a las 09:30 p.m. frente a la escuela, ya que a esa hora no había nadie en el edificio.
Equipados con linternas, mantas, comida y una tabla ouija, se deslizaron entre los tubos de protección y entraron. Escogieron el sexto piso, en el salón 666, como su lugar para pasar la noche. Allí, Damián se sentó en el suelo, sacó la Ouija y preguntó si querían jugar; todos aceptaron, se sentaron a su alrededor y comenzaron a hacer preguntas: "¿Hay alguien aquí? ¿Quieres jugar con nosotros? ¿Cómo te llamas?". Al principio, no hubo respuesta; pero de repente la plancheta empezó a moverse, formando letras que, al unirlas, decían: "Todos morirán". Asustados, soltaron la tabla y en ese momento, Kalei empezó a reírse, revelando que había movido la ouija como broma, lo cual enfadó a los demás.
Después, a Natalie le dieron ganas de explorar las instalaciones y aunque Samantha no estaba muy convencida, todos decidieron acompañarla. Fueron a la planta baja; pero pronto comenzaron a escuchar ruidos extraños, lo que asustó a Samantha, quien quería regresar. Sin embargo, Kalei le dijo: "Ya llegamos hasta aquí; no pienso subir seis pisos de nuevo". Continuaron hacia la cafetería, donde tomaron algo de comida, cuando de repente escucharon lamentos y la voz de una mujer que repetía: "¿Dónde están mis hijos?". Llenos de pánico, salieron corriendo.
A la mañana siguiente, los trabajadores de limpieza encontraron las pertenencias de los chicos en el salón; pero no había rastro de ellos. Nunca volvieron a ser vistos.
Mención Honorífica
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La mano
Recuerdo que era la última hora de clase, hacía frío del que hace que te duelan los huesos, el doctor nos había dejado coser cadáveres en morfología, en el laboratorio de ICSA en donde tienen una tina repleta de cuerpos, algo que era inquietante. Ya éramos pocos, cuando le llamaron y nos encargó cerrar.
Tenía puesto los audífonos y sin darme cuenta, quedaba solo yo, miré mi celular, eran las 10 y empezaba a llover a cántaros. “Mi señal para irme”, dije y volteé hacia la mano que estaba suturando y ya no estaba. Me dio un escalofrío, me quité los audífonos e intenté tranquilizarme, igual y la recogieron o era mi imaginación. En ese instante se fue la luz.
Recogí mi mochila y caminé hacia la salida, al pasar al lado de la tina, solo había agua. Intenté cerrar la tapa; pero era muy pesada, así que la dejé abierta. Iba hacia la puerta; pero cuando intenté abrirla estaba cerrada. Empecé a llorar, no quería saber de la mano desaparecida y los cuerpos inexistentes. Debía salir por otro lado, la reja podía estar abierta.
Entonces empezó a escucharse un grito horrible, corrí hacia la reja aterrada, cuando de repente alguien me tiró del pie. Caí al piso y una silueta con olor a cloroformo decía que me sacaría los ojos. Empecé a patear intentando zafarme y vi cómo se rompían las suturas de su cara y su abdomen. Caían sus vísceras sobre mí. Me pude levantar; pero una mano me jaló hacia el interior de la tina.
Intentaba levantarme; pero sentía cómo enterraban uñas en mi cara y me jalaban hacia adentro. Cuando pude abrir los ojos, vi velas encendidas, flores de cempasúchil y un altar de muertos, donde estaba mi foto, mi corazón latía, vi mis manos y me faltaba una.