#LánzateDeMovilidad
Un intercambio…de casa

#LánzateDeMovilidad

Colaboración de la Dirección de Relaciones Internacionales e Intercambio Académico
Fotografía: Dirección de Relaciones Internacionales y Especial


La edición de julio de Gaceta UAEH trae para ti el texto que preparó la alumna Dayana Eileen Bustamante Ramírez, de la Licenciatura en Derecho del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades (ICSHu), quien compartió sus experiencias de movilidad en la Universidad de Santo Tomás en Colombia.

Antes, te recordamos que el Programa de Movilidad Educativa en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH) tiene como objetivo primordial enriquecer tus conocimientos y desarrollar habilidades dentro de un contexto global. Consulta las convocatorias o acude a la Dirección de Relaciones Internacionales e Intercambio Académico.



Bogotá, donde todo comenzó



Aquí fue donde todo comenzó, las esperanzas, la emoción, las ganas de conocer y el inicio de un sueño, a pesar de no conocer a nadie ni nada, sabía a dónde ir y qué hacer. Siempre había querido ir a Colombia, pero nunca me imaginé que lo haría como estudiante y en un proceso de movilidad estudiantil, tenía muchos planes y algunos viajes en mente sin saber lo que me depararía.

Podría decir que el ambiente bogotano se asemeja a la vida en la Ciudad de México: mucho tráfico, gente caminando velozmente, el trans-milenio a su máxima capacidad, vendedores ambulantes y algunos músicos en el subterráneo.

El clima de la ciudad es tropical y moderadamente frío, con una altitud de 2,640 metros sobre el nivel del mar, comparada con los 2,432 de Pachuca, no resultó difícil adaptarme.

Toda la gente fue muy amable y se mostraron dispuestos a ayudarme y a orientarme sobre dónde comer, qué visitar, y los precios justos que debía pagar por los servicios, rápidamente me sentí en confianza. A pesar de que hablamos el mismo idioma, irónicamente había expresiones que no entendía, al momento de ordenar la comida me decían platillos que nunca había escuchado y al pedirles explicación quedaba en las mismas, pues simplemente desconocía esas palabras.



Villavicencio, Meta


#LánzateDeMovilidad 2

Villavicencio, o como los locales le dicen “Villavo”, es una ciudad del centro de Colombia donde Los Andes se juntan con la planicie de Los llanos, se encuentra al sureste de Bogotá, a aproximadamente tres horas y media en autobús. La ciudad es conocida por la danza del Joropo y la práctica vaquera del “Coleo”.

Antes de tomar el transporte para la ciudad donde viviría los próximos cuatro meses de mi vida, me compré empanadas, arepas y buñuelos (de ahora en adelante mi pan favorito, podría jurar que comer uno es una experiencia culinaria imperdible) en el centro histórico de Bogotá, iba preparada.

Después de casi cuatro horas de camino por una carretera curveada, llegué. Nunca voy a olvidar la primera sensación que tuve al bajarme de la mini van en la que viajaba, sentí un golpe de calor intenso y bochornoso y en ese momento me dije que así sería por el resto de mi estancia, estaba a 37 grados centígrados. Y así fue, no hubo un día en que, y aun cuando lloviera, no sintiera calor.

Llegué a vivir a un conjunto muy bonito, lleno de vegetación y con un pequeño bosque donde en ocasiones podía ver ratones de bambú, donde los cantos de los pájaros no podían faltar, incluso a las dos de la mañana, su hora favorita para ponerse afuera de mi ventana.

Compartí casa con cinco desconocidas más que al final de cuatro meses viviendo juntas nos convertimos en una familia: mi compañera de cuarto era Boliviana, otras dos compañeras de México y las últimas dos, de Perú. Aprendí de su cultura, de su gastronomía, de su sistema educativo y hasta de su sistema de salud pública debido a la pandemia; incluso aprendí de mis dos compatriotas pues ambas son de Sinaloa y aunque compartimos nacionalidad, había cosas que desconocíamos del estado de cada una.

En cuanto a mis clases en la Universidad Santo Tomás, no podría estar más agradecida de haber tenido la oportunidad de haber estudiado en dicha escuela, profesores comprometidos con la enseñanza, compañeros que mostraron interés por conocer de mi cultura y dispuestos a ayudarme, curiosos de cómo logré el intercambio, instalaciones en buen estado y diferentes áreas de recreación, mientras pude asistir a clases presenciales me aseguré de aprovechar cada momento. Me inscribí a todas las actividades culturales que pude y que no interferían en mi horario de clases, fue así que pude tomar clases de salsa y de champeta, ambos bailes típicos de Colombia, también tenía acceso gratuito al gimnasio de la Universidad y servicio médico.



Viviendo en cuarentena



Debido a mi horario de clases, no había tenido la oportunidad de viajar por el país, solo había visitado algunos lugares turísticos dentro de Villavicencio. Tenía un viaje programado para asistir a la graduación de una amiga muy cercana el 18 de marzo en Barranquilla, ya tenía todo listo y estaba muy emocionada; entramos en confinamiento el día dieciséis de marzo. Por seguridad y por la cercanía del viaje, decidí no viajar y cambiar la fecha al 3 de mayo, error, pues Colombia amplió la cuarentena hasta el 31 de mayo, con posibilidad de operar vuelos internacionales a finales de agosto.

Si bien yo ya estaba enterada del virus, en Latinoamérica era algo de lo que apenas se hablaba, se veía lejano y no se le prestaba real importancia.

Con los compañeros de intercambio, acostumbrábamos a reunirnos para cocinar platillos típicos de nuestro país. En esa ocasión, domingo 15 de marzo, fue el turno de las argentinas, estábamos todos reunidos y habíamos invitado a compañeros colombianos. Esa tarde empezamos a escuchar rumores sobre la posible suspensión de actividades pero la USTA no se había pronunciado. En la noche se emitió el comunicado oficial donde se suspendían clases hasta nuevo aviso, ese fue el último día que vimos a nuestros compañeros colombianos.

El alcalde del Meta instauró medidas sanitarias que iban desde toque de queda de 7:00 pm a 6:00 am, hasta el cierre de todos los comercios no indispensables.

También implementó el uso del “pico y cédula”, que consistía en que solamente se podía salir a mercar en los días que nuestro último dígito de la cédula de identificación coincidiera con el indicado para ingresar a los super mercados, de otra forma, se negaba el acceso. Mediante decreto gubernamental, se estableció el uso obligatorio de cubre bocas al salir a la calle, y quien incumpliera, tendría que pagar una multa muy elevada.

A partir del lunes 16, Villavo se sentía vacío, el lugar donde antes no se podía ni cruzar la calle por el tránsito fluido de carros, transporte público, motos y bicicletas pasó a parecer una ciudad fantasma.



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Mis clases siguieron con normalidad. A la Universidad Santo Tomás solo le tomó una semana para empezar las clases en línea, las cuales llevé con normalidad y en los mismos horarios.

Intentaba todos los días hacer cosas productivas para no aburrirme, me ponía a estudiar sobre mi carrera y el idioma inglés. Una de las mejores cosas que aprendí fue a cocinar, llegué al país sin saber cocinar nada y después de un par de semanas encerrada perfeccioné mis técnicas.

La convivencia con mis compañeras se fortaleció, pues solo nos teníamos a nosotras, así que cada semana organizábamos alguna cena para olvidar que no podíamos salir y que nuestras expectativas del intercambio no se podrían concretar.

Al enterarme que Colombia no abriría el aeropuerto para vuelos internacionales sino hasta finales de agosto, pensé en la posibilidad de tomar un vuelo humanitario y así fue, compré un boleto de avión con la aerolínea Avianca y volví a México el 31 de mayo.

A pesar de no haber realizado todo lo que tenía en mente, disfruté cada momento, cada experiencia y cada persona que conocí, sin duda alguna, volveré en un futuro cercano.