Crónica de una pandemia en casa

Crónica de una pandemia en casa

Por: Natalia Ayerim Baltazar Flores
Fotografía: Especial


Lo que nunca creímos que iba a pasar, pasó. Nos dolió, lo sufrimos, lo aprendimos, nos costó: a nivel mental, físico, académico, laboral, personal, familiar, social.

Me despierto con mil y un pendientes en mi mente. Ni si quiera pude dormir bien. Me duelen los ojos, de tan rojos que están siento que en cualquier momento van a explotar. Comencé a usar lentes… a lo que he llegado después de más de un año tomando clases, talleres, apuntes en línea. Después de casi un año de estar viviendo “a ratos”. Agarro mi celular y veo que a esos mil y un pendientes se agregan dos más.

Descansar. Si pudiese hacer algo ahorita, en este mismo momento, obviamente sería descansar. Abrir mi ventana, quedarme aquí en mi cama acostada, darme permiso de cerrar los ojos y quedarme dormida, y despertar hasta que mi ser me lo pida. Pero no es así, no puede ser así.

Entonces me dirijo a la cocina y me encuentro a mamá grabando un mensaje de voz dirigido a su jefa, no puedo decirle “buenos días” porque la interrumpiría. Mientras tanto, abro la alacena y tomo una bolsita de té, lo echo en mi taza que todavía tiene el descaro y la audacia de tener grabado “hoy será un buen día”. Mi mamá termina de mandar su mensaje y me saluda, nos ponemos a platicar: “no son más de las ocho de la mañana y ya quiero terminar esta jornada laboral”, me dice. Coincido con el comentario.

De acuerdo con la Encuesta sobre el Impacto Económico Generado por COVID-19 en las Empresas (ECOVID-IE, 2020), realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, en esta pandemia 12% de las empresas en México implementaron Home Office o trabajo desde casa como una medida de higiene y seguridad. Sin embargo, a la fecha de hoy, esta alternativa ha disminuido debido a los semáforos cambiantes y al auxilio de las vacunas, pues según la ECOVID-IE más reciente, solo el 5.7% mantendrá esta modalidad de trabajo.

Me preparo un sándwich, le echo mucha mostaza y luego me arrepiento porque sé que me va a caer de peso. Llega mi hermano al comedor y nos cuenta que no entiende nada de su clase de Mate. Mamá y yo nos reímos y hasta cierto punto lo entendemos. Y es entonces en este momento en el que creo que todo está bien, en el que pienso en lo bueno que nos ha dejado este encierro, en el que le creo a mi taza de té.

Terminamos de desayunar, limpiamos la mesa y cada quien se dirige a su espacio de trabajo, el cual hemos adaptado y el cual también nos ha adoptado. Todavía me acuerdo de cuando no dejaba de quejarme porque, por alguna razón, un dolor en la espalda me molestaba con constancia. Casi tres meses después me enteré que mi silla de aluminio que tenía desde los 12 años era la culpable. Compramos una silla nueva, esta hasta acolchonada está y tiene un respaldo comodísimo. Ya no me duele la espalda; ahora son los ojos.



Crónica de una pandemia en casa 2

Hay estudios realizados por profesionales de la salud que dan a conocer las implicaciones que ha traído consigo esta pandemia, sobre todo por la falta de movimiento y la vida virtual: desde el dolor lumbar, hasta el des acondicionamiento físico y muscular. Es día que aún me quejo de lo doloroso e incómodo que es estar frente de una pantalla casi medio día, ¿será que no me he acostumbrado? ¿Cuánto faltará para que acabe esto?

Me conecto a mi clase de las 9:00 de la mañana. Me la paso bien porque la profesora nos muestra con simpatía las travesuras que hace su hija aún en su presencia, y es que es comprensible: entiendes que no es fácil ser docente y mamá a la vez, que estás la mayoría del día encerrada en casa, exhausta y fatigada, sabiendo que tu hija necesita salir, conocer y jugar.

Según cifras del Sondeo sobre trabajo doméstico, violencia y preocupaciones de las personas durante el confinamiento por COVID 19 en México, el 56% de las mujeres declararon sentirse más cansadas que antes de la pandemia, a comparación del 39% de los hombres que afirmaron lo mismo. La cotidianidad se hizo pesada: las labores domésticas no-remuneradas, las laborales (a veces mal pagadas), las prontas respuestas esperadas, la demanda y la exigencia de ser madre, mujer, docente, persona… cansa.

A medio día tengo otra clase. Es sorprendente cómo el grupo entero ha conectado con el profesor a través de una pantalla, a pesar de la distancia. Nos reímos –y lo sé porque hay veces en las que mismos compañeros y compañeras prenden sus micrófonos y dejan salir la carcajada–, discutimos, compartimos. Miles de veces ha pasado por mi cabeza la pregunta “¿sería igual si estuviésemos en clases presenciales?”, y a todas respondo confiada que sí.

A las dos de la tarde, con hambre y vacíos inmensos en mi estómago, da inicio mi última clase del día.

La profesora activa su cámara y siento la necesidad de yo también hacerlo; desafortunadamente mis ojeras están tan, pero tan grandes que es posible que mis compañeros les presten más atención que al fondo de mi habitación en el que, por cierto, están pasando muchas cosas: mi perrita corriendo, mis chanclas aventadas, mi almohada desacomodada. Así que opto por no hacerlo y prefiero participar respondiendo algunas de las preguntas que mi profesora nos hace al grupo entero.

Las campanadas que avisan la llegada del camión de la basura, los ladridos del perro del vecino, los gritos de mi papá llamándome al comedor (sí, a estas alturas no recuerda que los martes a esta hora tengo clase), y es aquí que llega otro dilema: ¿será mejor que active mi micrófono y se escuche todo este escándalo, o mejor respondo a través del chat? Sí, mejor por el chat.

Acaba la clase, doy por terminado mi horario escolar. Voy a la cocina, mi familia me espera con la comida ya servida, platicamos, nos reímos y compartimos lo que nos ha pasado a través del día. Me considero afortunada. Estoy en casa, tengo cerquita a mis seres queridos, no tengo que enfrentarme al acoso callejero del transporte público, ni si quiera sentir miedo porque no existe la posibilidad de que me puedan asaltar. Le sigo creyendo a mi taza de té: sí está siendo un buen día.

Todo lo narrado es también lo aprendido, lo enfrentado, lo atravesado, lo disfrutado y lo sufrido. Entre todo también hemos sido espectadores de procesos dolorosos como pérdidas humanas, dadas de baja, circunstancias obscuras que permean en la vida de quienes nos acompañan a la distancia. Pero, sin duda alguna, el saber que estamos aquí a pesar de la suma de particularidades y condiciones dadas en esta coyuntura nos demuestra que somos más fuertes que todo esto.



Fuentes



https://www.clinicalascondes.cl/BLOG/Listado/Traumatologia/dolor-espalda-confinamiento


https://www.inegi.org.mx/programas/ecovidie/#Documentacion


https://www.eleconomista.com.mx/capitalhumano/


Sondeo sobre trabajo doméstico, violencia y preocupaciones de las personas durante el confinamiento por COVID 19 en México. Disponible en: https://www.epadeq.com.mx/wp-content/uploads/2020/08/SONDEO-CUIDADOS-VIOLENCIA-COVID-v2.pdf